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Homenaje a Rothko

Un día de marzo de 2001 fui a visitar la Fundación Beyeler en Basilea, obra de Renzo Piano. Tuve mucha suerte, porque en esos días había una exposición personal del pintor Mark Rothko. Tenía curiosidad por visitar el edificio, pero cuando entré, un nuevo mundo se abrió ante mí. No conocía a Rothko, y mucho menos sus obras, no sabía quién era, pero cuando entré en las habitaciones me encantaron los colores que vibraban frente a mí. Las sensaciones fueron múltiples. La alegría de los rojos, amarillos y naranjas fue como si una orquesta tocara una magnífica sinfonía de colores para mí. Estuve en silencio mirando y escuchando los colores que bailaban y me daban una energía completamente nueva. No imaginé que los colores pudieran alcanzar directamente el alma y golpear el cuerpo, el ser. Me quedé contemplando estas grandes obras en silencio, como en un lugar sagrado. Las palabras eran superfluas, porque el diálogo fue dirigido con estas grandes pinturas, que a su vez dialogaron entre sí. Era algo nuevo para mí, desconocido. Rothko me abrió un nuevo camino al arte, un lenguaje para hablar con el ser. Desde entonces sentí el deseo de explorar su nuevo lenguaje y comencé a estudiarlo, analizarlo e intentar imitarlo, descubriendo en persona y con mis pequeños recursos, qué colores aún pueden ofrecer.

Gracias Mark Rothko.

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